Confesiones antes de ir a dormir...

Hoy acaba el año, por fin. Un año que prometía ser muy especial, un año con un número precioso, un año lleno de planes, de eventos, de risas, de abrazos. Un año lleno de vida.

Hoy acaba y solo le pido al año nuevo que me traiga algo de normalidad. Que me mantenga la salud y que acabe con esta tragedia que se está llevando millones de almas.

Somos humanos y los humanos tenemos que quejarnos, está en nuestra naturaleza. Siempre, siempre queremos más y por eso puedo permitirme decir que este año ha sido un año de mierda. Seguramente si no fuera humana me conformaría y pensaría que es suficiente. Porque gracias a dios, toda mi gente está bien y eso, hay muchos que no pueden decirlo. Porque seguimos teniendo trabajo, y una casa en la que vivir. Porque tengo para comer, para darme algún capricho y porque los tengo a ellos conmigo. A mis niñas, a Roberto, a  mi madre, a mi hermana, a mis primis, a mis amigos y a Tayka y a Tinky. Porque a pesar de ser un año de mierda, estoy avanzando y voy cumpliendo metas y tejiendo sueños.Porque me ha traído nuevas confianzas, nuevos compañeras, nuevas alianzas y bastantes sorpresas. Porque al fin y al cabo, ha sido un año de mierda pero no ha sido un año malo.

¿Y entonces por qué digo que ha sido un año de mierda?

Por lo que esta pandemia me ha robado.

Me ha robado la graduación de mis hijas y sus viajes de fin de curso. Ellas, las personas más jóvenes, son las auténticas heroínas, porque han aguantado todo sin protestar. Porque han visto cómo sus sueños se volatilizaban sin decaer. Porque son mi ejemplo a seguir y porque no puedo estar más orgullosa de mis hijas. Y de mis alumnos, todo hay que decirlo, porque han luchado por lo que querían, y al final lo han conseguido.

Me ha robado la boda de unos de mis mejores amigos de la que iba a ser maestra de ceremonias junto a mi yang.

Me ha robado kedadas con la caravana y poder disfrutar de este nuevo círculo en el que se estaba labrando una bonita amistad.

Me ha robado un campamento de verano en Austria y muchas acampadas de fines de semana. Y reuniones, y la alegría de los más pequeños.

Me ha robado y me va a robar compañeros/as de trabajo que quedarán para siempre en mi corazón.

Pero sobre todo, me ha robado el contacto, los abrazos, los besos, las risas en directo, las cenas, las comidas, el sentirse cerca. Porque ves a la gente que quieres y hay una barrera invisible que hace que no hagas las cosas como siempre.

Y aunque sé que estáis ahí, y que cuando esto pase todo volveréis, haciendo balance, ha sido un año raro. 

Y a pesar de todo esto, solo puedo dar gracias. y decir lo siento. Los siento por sentirme afortunada por tenerlos a todos conmigo. Por no ser un número más. Mi año ha sido un año raro, pero para algunas personas ha sido el final de su trayectoria, o el inicio de una vida en la que siempre habrá un vacío. Yo acumulo ya en mi corta o larga vida (según en el rasero de quién la mida) un montón de vacíos, algunos de ellos irremplazables. Y nada puedo decirle a esa gente que ha perdido a alguien, a esas personas que ven sus mesas con sillas libres por esta maldita enfermedad. Ninguna de mis palabras será consuelo para ellos, porque aunque lo intentemos, el consuelo, si llega, llega solo y con el tiempo.

Así que adiós 2020. Ansío que el 2021 acabe mejor que el año que acabamos porque empezar va a empezar realmente mal. 

Un beso a todos y gracias por estar ahí, aunque sea a través de la pantalla.

Os quiero


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